Microflora de la piel
La piel humana brinda condiciones claramente favorables a la supervivencia de los microorganismos. Los numerosos pliegues y los poros de la superficie de las manos, las salidas de los conductos glandulares, los folículos pilosos, constituyen buenos hábitats para las bacterias y ciertas levaduras; refugios que difícilmente abandonarán.
Por otra parte, el sudor, el sebo y los residuos celulares de descamación superficial, facilitan el aporte nutritivo necesarios. Según Price, existen 3 niveles – perfectamente diferenciados, cualitativamente en la flora bacteriana de la piel:
Flora transeúnte u ocasional. Constituida por microorganismos que se adquieren esporádicamente, por contacto, parte de los cuales son patógenos. Un lavado con jabón normal permite eliminar a más del 80 por ciento.
Flora residente. Formada por bacterias habituales de la piel, que se colonizan de forma más o menos estable o permanente. El porcentaje de patógenos no suele sobrepasar el 5% y son mucho más difíciles de desplazar que los transeúntes.
Flora profunda. Localizada, de modo preferentemente en los folículos pilosos y glándulas sebáceas. En su casi totalidad está integrada por bacterias saprofitas. Sólo es perceptible a través de prolongados lavados de manos.
Necesidad del lavado de manos
En la transmisión de las infecciones por contacto, las manos desempeñan un papel fundamental. El riesgo de contaminación de las manos, en el hospital, es sumamente elevado. También es alto, en consecuencia, el riesgo de trasegar eficazmente gérmenes de un área a otra o de un paciente a otro.
Por otro lado, debe destacarse el peligro que implican las manos cuando están en contacto con heridas o instrumental quirúrgico, muy especialmente en unidades de alto riesgo infectivo, como quemado, neonatales y otras.
En cirugía, el uso de guantes ofrece una protección que, desgraciadamente, no es total. Los frecuentes accidentes de desgarro o rotura evidencian la necesidad de mantener una atención previa de las manos, cuya sudoración (aumentada por los guantes) facilita la migración de la microflora de estratos profundos a la superficie.
Es decir, favorece el incremento del número de gérmenes/cm. Parte de éstos franquearán los poros de los guantes; la consecuencia es obvia. Lowev (1960) describen que con un lavado simple de manos y el uso de guantes durante una hora se obtienen, en la superficie exterior del guante recuentos bacterianos del orden de un 20 por ciento superiores del guante a la de la superficie de la mano. Esta misma proporción se mantiene aproximadamente, si se efectúa un lavado previo, con cepillado, durante cinco minutos.
No obstante, en este caso la enumeraciones obtenidas son bastante menores ( del orden del 50 por ciento).
Cuando lavarse las manos
El lavado de las manos constituye, con toda seguridad, un gesto protector de alta eficacia, tanto para los pacientes como para el cuerpo médico y personal auxiliar.
No obstante, la utilización de este medio de prevención no debe depender de la buena voluntad del personal sanitario, sino que, al contrario, debe constituir un gesto perfectamente automático, fruto de una autodisciplina consciente.
Las manos han de ser lavadas al menos, en las siguientes ocasiones:
- al iniciar el trabajo
- antes y después de atender un paciente
- antes y después de comer
- antes y después del uso del retrete
- después de la manipulación de material contaminado
- antes de la manipulación de material estéril
- después de estornudar, toser, tocarse la cara o el cabello
- al terminar la jornada
Fuente: ficha técnica ITEL
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